Una vez soñé con el cielo.
Hermoso y a la vez sencillo.
Una inmensa estancia de color blanco con el suelo de mármol
y las paredes de terciopelo.
Era agradable porque no podía caminar, tan sólo
flotaba...
como una pluma.
Me movía pausadamente, sin esfuerzo,
por aquel lugar tan extrañamente familiar.
Entonces la ví
Su rostro era tan bello,
tan perfecto y en armonía con todo.
Sus enormes ojos celestes se abrían
y cerraban con incredulidad.
Vestía un vestido largo de seda,
no tenía un color definido
con matices dorados rodeando cada contorno
el cabello estaba recogido con cintas
cada rizo dorado caía sobre sus hombros
como un cascada.
De su espalda nacían
unas extensiones que se alargaba hacia arriba
como unas deslumbrantes alas de luz plateada.
Toda ella parecía emanar luz.
Mientras la observaba
me percaté de que tenía
la boca ligeramente abierta de asombro
No quería que se asustara..
y alargué la mano inconscientemente.
Pero mis dedos chocaron con algo duro y frío.
Habíamos hecho el mismo gesto,
y nuestros dedos estaban separados por un fino cristal.
Alcé la vista, vi el marco tallado de madera blanca con motivos
curvilíneos que lo rodeaba,
y lo entendí.
Un espejo.
Parpadeé confusa y los destellos de luces a mi alrededor me abrumaron.
Levanté una mano y me acaricié el rostro,
suave y perfecto, como si estuviera pulido por un artista,
toque la tela de mi vestido,
mi pelo, mis manos, estaba fascinada.
Esos pequeños gestos hicieron que todo mi cuerpo cobrara vida
mis alas destellearon, me movía
con una agilidad asombrosa y
un sonido gutural, casi un gemido
salió de mi garganta.
Mi voz...
No podía apartar los ojos de aquel espejo, de mi propio reflejo.
Me ardían los ojos.
Empezó a nublarse mi visión,
y me di cuenta de que estaba
llorando...
Esa, era yo.
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